Mi experiencia como voluntaria me llena sólo de enseñanzas positivas. Mi paso por el hogar me recuerda constantemente lo importante de la vida, la importancia de una sonrisa, de una mirada cómplice, de una caricia amorosa. Algunas frases que recibo de los chicos, como “…te muestro lo que aprendí…!”, “…mirá lo que hago…”, me llenan el alma, me hacen sentir parte de sus vidas y me hacen sentir que ellos son parte de la mía.
Siempre pensé que en algún momento de mi vida, quería colaborar en un hogar de tránsito, y así fue como conocí Familias de Esperanza. El día que lo visité me anoté para ser voluntaria. Fueron muchas las cosas que aprendí, que me dieron esos chicos, brindan tanto amor y cariño con sus pocos añitos, más que lo que uno pueda darles. Me pone feliz colaborar y pertenecer un poquito a esta institución.
Ser voluntario es algo indescriptible por todo lo que uno recibe, vas con la intención de dar y hagas lo que hagas siempre recibís más amor del que das. Ver a los chicos sonreír es lo más lindo, lo que expresa una sonrisa no tiene comparación, y el poder de la carcajada de un chiquito tampoco la tiene. Es esa alegría la que sana y reconforta, y es también la aprobación a nuestra obra como voluntarios.
Recuerdo el primer día que fui, la incertidumbre de llegar y no saber qué hacer, ni cómo hacerlo pero los chicos son increíbles y apenas salí al jardín ya tenía a Celeste de la mano, al dar unos pasos más Lis se me acercó y me preguntó: “¿Cómo te llamas? ¿Jugamos?”. Y así fue toda esa tarde y hasta hoy, siempre alguno de esos valiosos pequeños te entrega su confianza y quiere compartir con vos.